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Sección: Los Radioaficionados cuentan su historia

Jairo Vargas (HK5MQZ)

 

Liga de Radioaficionados de Cali, los últimos defensores de un hobby en riesgo de desaparecer

Llegaron a ser 450 y se reunían en una casa antigua del barrio San Fernando. Ahora son apenas 30 y se encuentran en un local diminuto. ¿Por qué alguien insiste en comunicarse haciendo mil malabares cuando hoy solo basta Internet y un click? Crónica.

Por: Santiago Cruz Hoyos | Periodista de El País Viernes, Mayo 9, 2014

Rocío Gómez de Kattan, Presidenta de la Liga de Radioaficionados de Cali, y su esposo, Juan Kattan, radioaficionado desde 1967.

José Luis Guzmán | El País.

Jairo Vargas (HK5MQZ)viaja sin moverse de su asiento. En la última media hora su voz se ha escuchado en Chiloé, un archipiélago ubicado a 1200 kilómetros de Santiago de Chile; Aguadilla, un municipio del oeste de Puerto Rico; Ohio y Missouri en Estados Unidos; Brasil, Francia, Austria, Canadá y Japón.

Mientras viaja sin moverse en medio de una jungla de sonidos difusos, pitos, voces, un ruido similar al de un televisor viejo encendido en un canal sin señal, chhhhhhh, es el hombre más feliz del mundo. Permanece absorto. Su esposa Marlene Penagos dice que incluso ella podría entrar un novio a la casa sin que él se dé por enterado.

Cuando Jairo se comunica con un país tan lejano como Japón, su emoción es tal que a veces, le ha sucedido, tartamudea. Una vez quedó mudo. Fue cuando habló largo y tendido con un argentino que solo al final dijo su nombre: Carlos Menem.

Jairo es uno de los cuatro colombianos que han logrado hacer un contacto –confirmado– con Corea del Norte, donde la dictadura de Kim Jong lo vigila todo, en especial las comunicaciones. Su interlocutor, un vendedor de celulares, fue capturado y deportado.

En otra ocasión se comunicó con el Buque Escuela Gloria de la Armada Colombiana que navegaba desde Hawái hasta Nueva Guinea. Salvó un matrimonio. Primero logró comunicar a uno de los tripulantes del barco con su novia, que vivía en el barrio San Fernando de Cali. Por alguna extraña razón, se pelearon. El hombre permanecía en el buque deprimido, sin ganas de seguir viviendo. Jairo se angustió por él, le propuso en otra comunicación que le dijera todo lo que le tenía que decir a su novia y él lo grabaría en un casete. Así lo hizo. Jairo fue a buscar a la mujer a su casa y le entregó la grabación. Dos o tres años después, ella y el atribulado marino se casaron en Cartagena.

Otra de sus hazañas ha sido comunicarse con lugares de la tierra donde en teoría no vive nadie, casi nadie: el Islote Tromelin, Océano Índico, al este de Madagascar. Alguna vez logró poner en contacto a un hombre secuestrado con su familia.

Jairo Vargas, 65 años, lentes de aumento, cabello cenizo pulcramente peinado hacia el lado derecho que lo hace lucir como un abuelo tierno, es radioaficionado, uno de los últimos que aún quedan en Cali. ¿Por qué alguien insiste en comunicarse haciendo mil malabares cuando hoy solo basta Internet y un click? ¿Quiénes son los últimos defensores de un hobby tan necesario y que sin embargo está en riesgo de desaparecer?

II
El grupo está reunido en un local diminuto del Centro Comercial Súper Rápidos del Sur, donde queda su sede. Sobre las paredes hay diplomas, certificados, mapas del mundo. A la entrada, sobre un vidrio, se ve lo que parece una placa de un carro aunque no es una placa de un carro: HK5VD, dice. Todos están sentados en círculo, conversando. Sobre una mesa han puesto algunos radioteléfonos. La mayoría lleva celulares inteligentes en sus bolsillos.

Si algún desprevenido observara el grupo desde afuera, no vería nada extraordinario. Pensaría, quizá, que son jubilados que se encuentran para conversar. En parte tendría razón. La mayoría son jubilados, pero no se encuentran para simplemente pasar el rato. El grupo en realidad tiene un poder insospechado que emplea, por lo general, para ayudar a otros. En este momento cuentan la historia del hombre que fue salvado de la mordedura de una culebra.

Su nombre era Gilberto Villegas Velásquez. Vivía en Manizales, donde además de tener un programa de televisión investigaba la vida de las serpientes. La que lo picó fue una Rabo de Ají, tan brava que a las mujeres de mal genio las llaman así. Su veneno puede ser letal. Causa daños en los tejidos, genera micro coágulos en la sangre, interfiere la transmisión de impulsos nerviosos, lo que puede afectar los movimientos involuntarios como la respiración, todo lo que también genera una mala mujer. En Manizales no había antídotos. Gilberto pidió auxilio por su radioteléfono.

Lo escuchó Rocío Gómez de Kattan, la actual presidenta de la Liga de Radioaficionados de Cali, una buena y elegante mujer. Rocío empezó a pedir ayuda. Decenas de radioaficionados de toda Colombia comenzaron a comunicarse. Se hacía de noche.

Enrique González Caicedo, un piloto de avión, escuchó lo que sucedía. Sin decirle nada a su esposa –estaba seguro que no lo iba a dejar montarse en una avioneta a esas horas– salió rumbo a Manizales. Con un problema: el aeropuerto no tenía servicio nocturno, no había iluminación en la pista. No le importó.

Mientras tanto, Rocío coordinaba el operativo a seguir. Un convoy de radioaficionados partió al aeropuerto. Su misión era iluminar la pista con los faroles de los autos. Así lo hicieron y la avioneta logró aterrizar. El hombre que había sido mordido por una Rabo de Ají fue llevado a un hospital, donde logró sobrevivir.

También sobrevivieron los ocupantes de una canoa que naufragó en algún punto del Océano Pacífico. Uno de los tripulantes pidió ayuda por radio. Jacqueline Kattan, radioaficionada, escuchó y enseguida llamó a Álvaro Villegas, un colega, para que intentara comunicarse con la embarcación. Álvaro lo logró y cuando supo su ubicación exacta, entregó las coordenadas a la capitanía de puerto de Buenaventura.

En los terremotos de Armenia, Popayán y Ciudad México, en cambio, el grupo fue el puente entre los damnificados y sus familias que vivían en otras ciudades. También ayudaron a encontrar medicinas para las víctimas e incluso contactaban gente que fuera a viajar al lugar de la tragedia para enviarles dinero a los que lo habían perdido todo.

A veces, muchas veces, sin embargo, su misión ha sido entregar malas noticias. Durante el Mundial de Fútbol de México de 1986, ocurrió un accidente de avión en cercanías a Cali. Un hombre murió y sus hermanos se encontraban en el Mundial sin tener la más remota idea.

Rocío hizo un llamado de emergencia a Ciudad de México. Le contestó otro radioaficionado, que a su vez la comunicó con el hotel en el que se encontraban los hermanos del fallecido. Cuando Rocío les contó lo que había pasado, uno de ellos dijo: “hijueputa, no puede ser”. En la radio no se pueden decir malas palabras. Es una norma. Tampoco hablar de religión, política o negocios, no sea que el Ministerio de Comunicaciones emita una sanción. Todos los hermanos dejaron las boletas para los partidos y tomaron un avión de regreso a Colombia.

Jairo Vargas, en otra ocasión, salvó a su propio hijo. Sucedió en la carretera que de Bogotá conduce a Cali. Jairo Fernando, su primogénito, que era scout, venía de regreso de un campamento nacional. Él y miles de scouts más. Todos viajaban en una caravana de buses que de repente fue detenida cerca del municipio de Melgar por un paro de camioneros. Los hombres habían cerrado la carretera porque el combustible había subido de precio. El calor era de por lo menos 30 grados centígrados. La mayoría de los scouts eran niños que no llevaban ni agua ni comida. Algunos, durante la larga espera, se desmayaron.

Fue cuando Jairo Fernando llamó por el radioteléfono a su padre y le contó lo que estaba pasando. Su papá, angustiado, se comunicó enseguida con las emisoras. Era medianoche y el periodista Juan Gossaín dio la noticia a nivel nacional: pequeños deshidratados en la mitad de una carretera se estaban desmayando, necesitan ayuda urgente.

De inmediato medio país se movilizó. Llegaron médicos, socorristas, la ministra de Obras Públicas Priscila Ceballos envió a un delegado para que dialogara con los camioneros. Y ellos, por razones humanitarias, dejaron pasar a la caravana de scouts. Por el radio, el hijo de Jairo le dijo: papá, tú tienes poder. La radioafición tiene poder.

III
El grupo no supera las 15 personas y podrían ser los últimos radioaficionados de Cali. La Liga de la ciudad fue fundada en 1968 y llegó a registrar 450 integrantes que se reunían en una casa antigua y de patios largos del barrio San Fernando. Hoy, en total, son apenas 30 y se reúnen en este local del tamaño de un apartaestudio universitario. Cada vez los radioaficionados son menos debido a las facilidades que ofrece Internet para comunicarse, la masificación del celular, pero también a que ahora se prohíbe la instalación de antenas en edificios y unidades residenciales. Un radioaficionado sin antena es como un carro sin gasolina.

“Somos los patitos feos de las comunicaciones. En Cali solo se acuerdan de nosotros cuando pasan tragedias”, dice Juan Carlos Silva y todos están de acuerdo.

Mientras la Liga de Radioaficionados de Cali se sostiene con aportes de sus integrantes, explican, la de Armenia recibe apoyos económicos de la Alcaldía desde el terremoto de 1999.

Sin embargo, los últimos radioaficionados de la ciudad siguen adelante. Así Cali no piense en ellos, ellos sí piensan en la ciudad. Un radioaficionado es, sobre todo, alguien solidario que jamás espera nada a cambio. En este momento hacen cuentas: requieren $1.700.000 para mejorar los equipos, comprar entre otras cosas una batería para la repetidora, “Dios no lo quiera que en la ciudad tiemble, nos quedemos sin luz varios días y sin manera de comunicarnos”.

Eso explica por qué en días en los que supuestamente solo se necesita hacer click para comunicarse, los radioaficionados insisten en un hobby en riesgo de desaparecer en la era Facebook: lo consideran necesario para la ciudad.

En el año 2000, de hecho, aún con todos los avances de las comunicaciones, tuvieron una misión secreta: ser el puente entre la comisión que iba a recoger a los secuestrados del kilómetro 18 de la Vía al Mar y los guerrilleros del ELN que los iban a dejar en libertad. Los radioaficionados eran los únicos que tenían cómo comunicarse por las montañas del Naya y el gobierno solicitó su colaboración.

Álvaro Villegas agrega que otra razón, la más simple quizá, para insistir en el hobby, es que es sumamente divertido eso de montar los equipos, treparse al techo a instalar las antenas (algunas tienen la forma del bigote de un gato, las llaman ‘bigote de gato’) y después comunicarse con cualquier lugar del mundo sin sufrir por la factura.

Sin embargo existe un motivo más poderoso para practicar el hobby: la radio es una excusa para seguir siendo amigos, encontrarse cada lunes para conversar. “Somos una hermandad”, dicen.

Gracias a la radioafición algunos se enamoraron. Rocío y Juan Kattan se conocieron hablando por radio y hoy son esposos. Por la radio también crearon un grupo de música, HK5 musical, y un equipo de ciclistas de montaña aficionado.

La radio los hace buenos amigos, los blinda de las nuevas tecnologías que nos acercan sin necesidad de que nos hablemos, nos convierten en seres aislados, encerrados, indiferentes, quietos en la comodidad de la casa, al final tan lejos los unos de los otros. Mientras conversan entre sí, ninguno de los radioaficionados mira la pantalla de su celular.

IV
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¿Qué locuras se cometen por una afición?

Jairo Vargas se ríe con malicia. Enseguida anuncia que va a contar una historia: el viaje a la Isla de Malpelo. Antes explica un detalle necesario.

Entre los radioaficionados existe una tradición. Cuando se hacen contactos con otros países, se mandan tarjetas entre sí llamadas QSL. Son como postales. Cada uno la diseña a su gusto. Puede incluir una foto personal o no, pero el caso es que debe tener una imagen representativa del lugar donde se esté y una información básica: hora del contacto, frecuencia, identificación del emisor y receptor. Las tarjetas funcionan como constancia del contacto, un registro, y pueden servir para participar en concursos, obtener diplomas. También son objetos de colección.

Así, por ejemplo, si un radioaficionado de Cali hace contacto con un lugar extraño como el Territorio de las Islas del Mar de Coral en Australia, envía por correo su tarjeta y el dinero para que el radioaficionado de esa zona envíe a su vez su tarjeta. Jairo tiene una colección de 306 postales. Los radioaficionados le generan ganancias millonarias a la mensajería internacional.

Las tarjetas funcionan como las láminas de los álbumes. Hay unas fáciles, repetidas, que son los países con los que la comunicación es más sencilla, pero hay otras dificilísimas que pocos tienen. Entonces se organizan expediciones. Envían radioaficionados a esos lugares lejanos e inhóspitos para que instalen equipos, permanezcan ahí semanas y de todos los continentes intentan comunicarse con ellos, lograr el contacto, lograr la tarjeta. Justamente una de las próximas expediciones será al Territorio de las Islas del Mar de Coral en Australia. Los gastos los financian los mismos radioaficionados y aquello se puede llamar sin ningún problema locura.

La Isla de Malpelo, en el Océano Pacífico, a unas 30 horas en barco desde Buenaventura, era uno de esos caramelos dificilísimos. La Liga de Radioaficionados de Cali lideró la expedición. Jairo iba ahí.

Desde los años 60, dice, se hicieron expediciones a la Isla, que es algo así como una gran roca en medio del mar. El problema era que los radioaficionados que iban se ubicaban en una casa de espaldas a una gran montaña rocosa que impedía que la señal llegara a Asia. En Japón hay por lo menos un millón de radioaficionados.

Miles de ellos fueron los que enviaron el dinero, 8.000 dólares, para que los radioaficionados de Cali llegaran hasta Malpelo, descendieran del helicóptero por medio de una escalera colgante —no hay manera de aterrizar en esa gran roca— escalaran la montaña, ubicaran la antena hacia Japón, se hicieran los contactos. Jairo, junto con un radioaficionado japonés radicado en Cali, Hiroaki Takashima, hizo todo eso mientras su familia permanecía pegada de la radio, rezando para que no le sucediera nada en semejante travesía a un señor que en ese entonces, 2001, tenía 52 años. Él vuelve a sonreír con malicia.

V
Jairo está seguro de que los radioaficionados no están en vía de extinción. La mayoría de los hijos de quienes integran la Liga en Cali son radioaficionados. El hobby pasa generación tras generación. Y además en el mundo, asegura, son millones.

Para comprobarlo, enciende el radio. Está sobre un escritorio ubicado en el segundo piso del local y es del tamaño de una impresora moderna. Parece, de lejos, un betamax. Jairo también saca de su bolsillo su iPhone. Las nuevas tecnologías pueden ser una amenaza para la radioafición pero también resultan de gran ayuda y ese es otro de sus argumentos para asegurar que no van a desaparecer.

Con el celular navega en Internet. Hay páginas especializadas que informan en qué banda y frecuencia están los radioaficionados de diferentes partes del mundo y así su búsqueda es más sencilla. Jairo empieza a hacer llamados, pero la señal es débil, se escuchan ruidos difusos, barullo. Hacer un contacto requiere paciencia y un oído entrenado.

Mientras tanto, Jairo explica otros pormenores de la radioafición. Hay varias modalidades. Están los “diexistas” como él que se dedican a hacer contactos con otros países pero también están los que se dedican a la comunicación local y los que se dedican a la telegrafía, la transmisión a larga distancia de mensajes escritos. Los radioaficionados y los militares son los únicos que aún la practican. Desde 1999 se dejó de utilizar hasta en los barcos.

Jairo insiste en los llamados. Deletrea su identificación en inglés: HK5MQZ. Es algo así como la cédula de los radioaficionados, su acreditación y para obtenerla hay que hacer un examen ante el Ministerio de Comunicaciones.

Jairo, a cada letra de su identificación, le asigna una palabra sencilla de captar. “Hotel kilo five, México, Quito, Zelandia”. Ha emprendido su viaje por una jungla de sonidos difusos, pitos, voces, un ruido similar al de un televisor viejo encendido en un canal sin señal, chhhhh. Después de hablar con radioaficionados de seis países, su último contacto de la tarde es con Japón.

Su interlocutor, un anciano, se escucha agitado, tartamudea. “Thanks, thanks, thanks”, puede decir por fin.

Jairo explica que la emoción del viejo se debe a que ha logrado un contacto con un país tan lejano utilizando un equipo básico, una antena rudimentaria. No necesitó amplificadores de señal —lo comprueba con la intensidad de señal que registra su radio— sino que se ubicó en una frecuencia despejada, libre de otros radioaficionados. El japonés se supo agazapar en la banda para cazar el contacto. Tal vez llevaba horas esperando su momento.

Fue lo que hizo Jairo el día en que logró comunicarse con Corea del Norte. Jairo tartamudeó como el japonés y saltaba de alegría en su cuarto. La estrategia hace parte del hobby. La adrenalina de viajar por una selva de sonidos difusos encontrando personas de todo el mundo protege, de momento, una tradición tan necesaria en riesgo de desaparecer.

La radioafición es uno de esos placeres que pocos entienden pero por los que vale la pena vivir.

Fuente: http://www.elpais.com.co/elpais
/cultura/noticias/liga-radioaficionados
-cali-ultimos-defensores-hobby-riesgo-desaparecer

 


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