A la pagina todo sobre
rayos
250 años después, aún no
sabemos si los pararrayos
funcionan de verdad
Están en lo alto de la mayoría de edificios y rascacielos
modernos, en lo alto de casas e incluso presentes en los
lanzamientos de los cohetes. Los pararrayos se han
convertido en un elemento tan ubicuo que damos por sentado
que, simplemente, funcionan. Sin embargo, la realidad es que
no estamos tan seguros de ellos.
Antes de continuar, hay que
remontarse a la invención misma del pararrayos. Tienen su
origen en el experimento que
Benjamin Franklin realizó hace 250 años, allá por 1752,
atando una llave metálica al extremo de un cordel de seda
que sujetaba una cometa volando entre las nubes un día de
tormenta.
Mediante dicho experimento, Franklin comprobó que
las nubes estaban cargadas eléctricamente y que los rayos
que llegaban hasta la tierra se producían gracias a dichas
cargas. Poco después, inventó el pararrayos.
En contra de la creencia
popular, y casi de la instuición, un pararrayos no atrae los
rayos, o al menos no técnicamente. Un pararrayos, como su
propio nombre indica, simplemente los para con el objetivo
de evitar que causen daño.
Una vez ha caído el rayo (y sólo
cuando ha caído) lo que hace es facilitar una vía de escape
rápida que hacen que todo el daño y la carga eléctrica que
acumulan se disipe en el suelo en lugar de sobre una casa o
un edificio.
¿Por qué caen
los rayos?
Aquí comienza parte del
problema. Aunque tenemos amplios conocimientos del tema,
todavía no
entendemos al 100% cómo, por qué y de qué manera caen
los rayos.
Ni siquiera podemos predecir con total certeza en
qué lugar harán contacto con la tierra. Mucho menos
protégenos de manera completamente efectiva contra ellos.
Durante una tormenta, las
cargas eléctricas que hay en un nube se colocan en su parte
inferior, estas empiezan a atraer a las cargas positivas que
se acumulan en la superficie de la tierra y cuando la
diferencia de potencial es lo suficientemente grande se
produce un fenómeno, la ruptura
del dieléctrico, que forma el rayo.
La ruptura del dialéctrico es
lo que experimentas cuando estás cargado eléctricamente y
saltan "chispas" al tocar a otra persona o la puerta del
coche.
¿Y el trueno?
El trueno se forma cuando al bajar el rayo calienta
rápidamente el aire, que se dilata y produce el sonido. En
la punta del pararrayos (o de un árbol, de un edificio o de
una persona) se acumulan las cargas positivas que, puesto
que el extremo tiene forma puntiaguda, no
pueden repartirse bien.
Esas cargas positivas se ven
atraídas por las negativas que están presentes en el aire,
las mismas que muchas veces sentimos en un día de tormenta
cuando decimos que el aire está "electrizado", ionizando el
aire alrededor del pararrayos.
Dicho de otro modo, la
atracción de las cargas positivas de la punta del pararrayos
con las negativas lleva a ser tan fuerte que los electrones
salen de los átomos que conforman el aire.
Esos iones están cargados
positivamente y su vez ionizan a más y más moléculas y
átomos. En teoría (y aquí es donde empiezan a bailar las
evidencias) esas cargas forman un área y un "camino" que
cuando cae el rayo lo atraen, lo redirigen al pararrayos y
este deposita toda la descarga brutal en el subsuelo.
Los Early Streamer
Emission
Fotografia: Un
pararrayos ESE (Wikimedia
Commons)
La humanidad vivió
relativamente tranquila dando por hecho que así era como
funcionaban los pararrayos hasta entre 1920 y 1980 los
fabricantes dieron con un nuevo modelo que implementaba una
tecnología que llamaron Early Streamer Emission (ESE).
El razonamiento detrás de ESE
es que si se incorporaba un mecanismo que ionizase
activamente el aire en torno al pararrayos el "área de
captura" del mismo sería mayor y podría abarcar un área
mayor y proteger de manera más efectiva varios edificios al
mismo tiempo.
Pero esa era, una vez más, la
teoría. A mediados del siglo pasado los fabricantes de
pararrayos con ESE se acercaron a la National Fire
Protection Association, NFPA, estadounidense para que
emitiese un estándar que les aportase validez operativa.
La
NFPA es el
organismo que mediante otro documento, el NFPA 780, regula y
estandariza el funcionamiento de los pararrayos.
Es local de Estados Unidos y
es voluntario suscribirse al mismo por parte de los
fabricantes pero es, de facto, el que usan la mayoría de los
mismos y muchos gobiernos y agencias de todo el mundo.
Y llegó la sorpresa: los
pararrayos tradicionales tampoco tenían total evidencia
científica
Cuando la NFPA comenzó
a leer las evidencias científicas detrás de los pararrayos
con ESE encontró que no
había ninguna, o ninguna lo suficientemente fuerte.
Así que en 1993 se negó a
firmar un nuevo documento, el NFPA 781 que daba validez a
los pararrayos ESE y que supuso un
serio varapalo para la industria de fabricantes.
La
industria de fabricantes, cómo no, demandó a la NFPA en un
proceso legal que se solucionó fuera de los juzgados y con
la NFPA agachando la cabeza y prometiendo una "reevaluación"
del NFPA 781.
La cuestión es que al examinar
las bases científicas detrás del Early Streamer Emission se
dieron cuenta no sólo de que no había pruebas científicas
concluyentes que demostrasen su funcionamiento, sino que tampoco
las había para el NFP 780, el documento que regulaba los
pararrayos existentes desde los tiempos de Franklin.
¡Sorpresa!. Llegados a este
punto de la historia, para la NFPA se desató el caos
absoluto, no sólo acababan de salir de una demanda sino que
podían meterse, potencialmente, en otra todavía más grande.
¿La realidad? Allá por 1950 se
dejó de investigar sobre el funcionamiento de los pararrayos
y la humanidad se encogió, figurativamente, de hombros
asumiendo que simplemente funcionaban. Y probablemente sí,
los pararrayos funcionan y se usan ampliamente en todo tipo
de segmentos y mercados.
La teoría que explica como se
ioniza el aire hasta las nubes tiene además toda la validez
científica del mundo.
Pero como demuestran los
análisis de los impactos de los rayos en edificios
modernos la caída de un rayo es algo que por un lado no
podemos provocar ni replicar (para estudiarlos mejor) y por
otro ocurre en un periodo muy breve de tiempo dejando a
menudo muy poco como muestra. Eso provoca que aún no
conozcamos al 100% ni por qué caen los rayos ni cómo
funcionan, con total exactitud, los pararrayos.
Un bonito recordatorio de como
aunque algo esté delante de nuestros ojos, se utilice
ampliamente y parezca que funcione, puede ser (o no) una
completa patraña.
Imagen: arhip4/Shutterstock
Fuente: Por Carlos Rebato.
http://es.gizmodo.com/
250-anos-despues-aun-no-sabemos-si-los-pararrayos-de-v-1697755414
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